
santa maría magdalena
El Dios hecho hombre tenía sentimientos humanos.
Por lo tanto había en su corazón sensibilidades naturales que le inclinaban por su naturaleza humana hacia lo hermoso y perfecto. Por ejemplo, te diré: el Hijo de Dios amaba y sentía humanamente el deseo de afecto por su naturaleza humana, pues sería imperfecta si no hubiese amado como todo ser humano ama; pero con rectitud de intención, pues en Él no hubo pecado.
En mi Hijo acontecía lo sobrenatural: que su afectividad la enfocaba y la realizaba para la gloria de su Padre.
¿Acaso no sintió amor predilecto por Juan, Santiago y Pedro?
¿No se dejaba amar por la pecadora de Magdala?
Su sensibilidad humana la realizaba en perfección.
A María Magdalena le expresaba su ternura envuelta en amor verdadero, invitándola a la perfección, mirándola con amor efusivo, volviéndola con su mirar al camino del bien.
Dejaba que al igual ella expresara lo que su amor verdadero le invitaba a hacer a su Maestro.
Eran miradas de amor verdadero que hacían estremecer al alma, pero no para realizar lo que muchas veces ella buscaba (antes de su conversión), sino lo que Yo deseaba para que fuese alma de santo amor.
Buscaba para las almas el bien, no el mal, pues Yo soy camino, verdad y vida.
Mi amor era absoluto, salvífico y maternal que hacía que aquellas almas sedientas de amor transfiguraran su amor en verdad santa.
Se realizaban en el Cordero santo e inmaculado.
Y Yo, el Hijo del Eterno, me entregaba en amor santo a las almas.
Sentía como humano la necesidad de la afectividad. ¿Acaso no decía a Pedro: “Me amas Pedro?”
Yo sabía que él me amaba, pero necesitaba humanamente oírle de viva voz expresar su amor y fidelidad, para que su alma supiera la necesidad de amor que su Dios, como respuesta de amor, necesitaba.
A Juan permitía se reclinase, no una vez, sino cuando su amor lo deseaba, en mi amantísimo corazón, pues es de amigos manifestarse amor.
María de Magdala, la pecadora amante, necesitó de una mirada enternecida que cautivó su corazón, comprendiendo sus muchas culpas y el amor de Dios.
María necesitaba de un Dios que la envolviese en su ternura y le sacudiese la incredulidad de la existencia verdadera del amor.
Fue el encuentro de amor, dejando plasmarse en ella al Dios vivo y verdadero.
“Sólo una cosa es necesaria. María ha elegido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10,42).
Aquí me refería a la entrega en plenitud, sin limitaciones, con autenticidad.
Marta aún no se había entregado en plenitud, mientras que María vivía arrebatada en amor, lloraba por amor, vivía sólo en el Amor.
Todo en ella era amor para su Amor.
María, absorta ante el Amor, perdida en el Amor, purificada por su inmenso amor. Toda engalanada como una esposa esplendorosa y sedienta de la verdad, se fue preparando su alma para llegar a la mística unión.
Ya no podía vivir sin el amor del Eterno. Por eso preguntaba, llena de dolor por la herida de amor: “¿dónde lo habéis puesto? –Decídmelo.” (Jn 20,15).
“María” –Palabra que la estremeció y la transfiguró, purificándola de aquel amor a veces imperfecto que fue perfeccionándose y sublimándose, llenándola de generosidad y vaciándola de su yo.
Vivía sumergida en el que es, santa por el que es, virginizada por el Inmaculado, esposa del Amado, pecadora que ahora es virgen por amor.
Mi rostro oculté ante ella cuando fue a buscarme al sepulcro, pues deseaba probar su fidelidad y amor, probarla en la fe y en la esperanza en el que era su todo.
Cuando ella, cegada por el llanto y el dolor, buscaba por doquier a su Amor, fui descubriéndole mi rostro, ante el cual ella cayó herida de amor, queriéndolo tocar para manifestar su inmenso amor.
También aquí quise aleccionar a mis discípulos: que el amor redime y transfigura al alma en flor aromatizada para Dios y para darles lección de que Dios ama a justos y pecadores y se revela al que quiere para su gloria.
Cuando comía en casa de Simón –el cual escandalizado protestó por la presencia de María- ahí también la ensalcé y la presenté como esposa predilecta del Cordero santo.
Simón pensaba: “Si fuese profeta éste sabría quién es ella…”, sin él comprender por su orgullo que Dios es amor y perdón.
Y ahí manifesté ante el hombre mi amor y predilección y mi misericordia.
Veía su alma bella como una diáfana azucena y di a conocer al hombre cómo el verdadero amor purifica y ennoblece.
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María Magdalena, la pecadora arrepentida, enjugó mi rostro ensangrentado que quedó grabado en un tocado de su pelo, en mi pasión. (Verónica: vera icon, imagen verdadera).
Ella me envolvió en la sábana santa que quedó para confirmación de mi pasión cruenta.
Ella fue bañada en la cruz por la sangre del Hijo del Altísimo, llenándose su rostro y vestiduras de la sangre del Hijo del Eterno.
Ella, la que alentaba en la cruz mi dolido corazón.
Ella, la redimida.
Ella, la doliente arrepentida.
Ella, la despojada de su yo, que sin importarle el decir de la chusma sólo tenía puesto su mirar en el que la miró renovándola y santificándola.
Ella, la que exhalaba su amor en el Calvario, deseando morir ante su Amor.
Ella, la que dio testimonio de fidelidad suprema.
Ella, la amante perseverante.
Ella, la que tenía fe en el Hijo del que es.
Ella, la que esperó que en sus brazos fuese depositado su Redentor.
Ella, la que, abrazada a la Cruz viva, me daba su amor.
Ella, la primera convertida, que fue apóstol vivo de la Verdad, pues fue testimonio de verdad.
Ella, la que estuvo pendiente, como Juan, de la Inmaculada, la Virgen santa que ofreció a su Hijo al que es la fuente del amor, aquella Virgen mártir que, junto con ella, estuvo ante el Dios santo que murió por amor para la salvación del pecador.
Arrepentida fuiste.
Pura por tu amor.
Magdalena pecadora,
enamorada del Amor.
Que tu conversión
sea exclamación
para todo pecador.
Virgen eres, pues
estuviste cerca de la Inmaculada
y del que Santo es
y de Juan que virgen fue.
Ahí estabas tú
cerca de tu Amor,
para aclamarle
con tu amor.
Bendita eres, Magdalena,
de la Trinidad de amor.
Que tu ejemplo se siga por doquier,
pues busco al pecador
y le doy mi eterno amor.
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Yo te digo en verdad que la pecadora arrepentida, de la cual cita Lucas, cap. 7, es la misma de Betania.
No es difícil de entender, pues su característica personal siempre era el perfumar mis pies y enjugarlos con sus lágrimas y su cabello, que era la atracción por la cual era perseguida por lo hombres, aparte de otras atracciones. (Cfr. San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio Magno).
………. ………. ……….
Ella fue la que embalsamó con aromas mi sacrosanto cuerpo (Jn 19,40).
También te digo en verdad que mucho amó, pues mucho se le perdonó.
Ella entendió lo que era el amor del Eterno, y lo que ella era, y lo que a ella se le perdonó por amor.
Pues mucho se le perdonó, tornándole el perdón en amor del que es amor misericordioso.
María, la de Magdala, es la misma a la cual el Maestro divino la liberó de aquellos siete espíritus inmundos que la ataban para que se perdiese: Lc 8,2.
………. ………. …
-Señor –le pregunté- ¿qué diferencia hay en la conversión de María Magdalena y en la de San Pablo? (Conversión de San Pablo, mensaje ya dado.)
Es poco el contestar cuando un alma acepta el perdón y el amor de su Dios.
Es un acontecimiento sublime, donde el alma se despierta del letargo de la insipiencia hacia el amor del Altísimo.
Dios que busca al alma por amor para donarle su inmenso amor, y el alma dando apertura a su Dios, despojándose por amor.
María Magdalena, la pecadora pública, aquella mujer abominable para el mundo, a la cual le bastó una sola mirada de amor para convertirla y poseerla, aquella mujer de degradante conducta que vivía de sus deseos, sin escuchar la voz de su conciencia que le reprochaba su proceder, aquella mujer que vivía de la limosna que le daban por adquirir su cuerpo.
Martha, la sensata, la que buscaba el respeto de los demás, la solícita en la ayuda, la piadosa y virtuosa Martha.
Lázaro, el fiel seguidor de los preceptos de la Ley. El cumplimiento a su deber era para él lo mejor, el vivir al pie de la letra su religión.
María, la pequeña de los tres, la requerida de los dos, la más bella de la familia, pero lo cual le sirvió para pecar…
En proporción era de apariencia de joven ya formada.
Era de exquisita delicadeza.
De principios fundamentales severos.
Pero ella se decidió por el libertinaje, llegando a ser el escándalo de su familia.
Aceptó para sí los siete pecados capitales.
Vivía en poder del enemigo.
Y sólo bastó a aquel corazón empedernido por el pecado una mirada de amor compasivo.
Su intención era provocar al Rabino. Pues “¿quién resistirá a mi hermosura?”, se preguntaba vanidosa.
Y cuál fue su confusión, que la provocada fue ella.
Así suele ser en muchas almas que, buscando afanosamente su condenación, hallan la conversión.
Solícita acudió al banquete que daba en mi honor Simón, el fariseo, de gran renombre en la comarca.
Al saberlo, María se atavió con los ropajes de mayor provocación.
Sabía que un hermoso judío sería agasajado en la casa del fariseo.
Sin ser invitada, se invitó.
Sentía el orgullo de poder decir ante todos: ‘soy la irresistible María.’
También de la misma forma quería humillar al soberbio Simón, pues deseaba ser la admirada de cuantos estuviesen reunidos.
Buscó un lugar donde se hiciese notar ante el Maestro, sin saber que no resistiría mi amor.
Yo conocía su deseo, pero ella no sabía el mío.
Mi miró y la miré: y se estremeció de amor y de dolor.
Y sin dar importancia a los asistentes, se tornó a la mesa del Rabino y en actitud reverente, llena de congoja, se abrazó a los pies de su Dios y Señor.
Simón no comprendía lo que en aquella mujer pasaba; pero te digo en verdad que, mientras enjugaba mis pies, lavaba sus culpas, pues en un silencio de amor, interiormente, manifestó a su Dios sus muchas culpas. Y Yo, el camino y la verdad, el Redentor, la redimía de sus culpas.
Al arrepentirse aquella venturosa alma, tuvo el perdón: “María, tus pecados te son perdonados.”
Simón, deseando confundir al Maestro, pensaba en su interior: “Si éste fuese el divino Maestro sabría quién es la que está arrodillada ante Él.”
No sabía Simón que Yo la estaba absolviendo de todas sus culpas, y públicamente lo hice saber cuando interrogué a Simón.
Mis manos la bendijeron.
Mi mirar la convirtió.
Y Yo, todo en amor, le entregué mi corazón.
Y ella a su vez se entregó al Amor. Y, arrepentida por amor, nunca pecó, pues fue tal su conversión que, viviendo en plenitud de amor, sólo era de su Amor.
Murió a los 54 años de edad, siendo una gran penitente.
Su vida fue en contemplación.
La visión de su Maestro era continua.
Ella era mi amada, y Yo el Amado de ella.
Al arrepentirse la pecadora pública, Yo, el Santo, el Amante, el Dios hecho hombre por amor, ante el rubor de ella la cubrí con mi manto.
Ved la postura de humildad de María: postrada de hinojos, sin importarle que le viesen llorar cuantos la habían visto reír ante el placer, enjugando mis sudorosos pies, llena de amor, estupefacta ante su Dios, arrepentida en verdad.
Y Dios, que cubría su vergüenza.
Y Dios, que perdonaba su maldad.
Y Dios, que la acogía para Sí, y ella que, transformada en Mí sólo en ese instante vivía para Mí.
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Simón no me invitó como huésped honorífico, sino por orgullo.
Lleno de vanidad, preparó su casa para que todos los comensales la viesen fastuosa.
Pero como era el orgullo el que lo tenía atado, no pensó en la persona invitada sino en la apariencia, y no siguió el rito de la usanza de ungir los pies.
Pero la pecadora amante se encargó de hacerlo por amor, y así dio una lección al fariseo soberbio.
También quiero que veáis cómo ella recibía al huésped honorífico que le buscó y le amó.
Yo acepté la invitación de Simón, aun sabiendo su orgullo e hipocresía, pues Yo sabía que María iría al banquete, y le amaba con amor eterno, al igual que al fariseo.
Pero aquel era orgulloso y no admitió el perdón; y la pecadora lo aceptó y me amó.
25 de Febrero de 1984.
María de Magdala, pecadora, que en amor santo purificó sus pecados. Al mirarme se estremeció y mi amor la envolvió, pues su gran sensualidad se trasformó en amor puro.
Sus ojos llenos de amor sólo se extasiaban en su Dios amor.
No era un amor sensible, sino el conjunto todo de alma y cuerpo para la gloria de Dios.
Sus labios sólo besaban al Amor.
Sus oídos sólo eran para escuchar mis enseñanzas de amor.
Su boca sólo se abría para hablar del Amor y para decirme su amor.
Su cuerpo se purificó con el deseo del espíritu que ardía en amor por amor al Amor.
Su caminar era en búsqueda del Amado.
Y, toda en amor, se acogió al Amor para vivir en comunión plena con Aquel que su corazón amaba y que en ella y por ella dije palabras de enseñanza a mis hermanos, para que se ame en un solo amor.
12 de Septiembre de 1983.
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